martes, 23 de febrero de 2016

LA ULTIMA JUDERÍA DE CÓRDOBA

        CASA DE LAS CABEZAS Y SU ENTORNO:
          LA ÚLTIMA JUDERÍA DE CÓRDOBA

Aparte de sus valores históricos artísticos,  la Casa de las Cabezas encarna leyendas populares muy arraigadas en la Ciudad. En efecto, esta residencia y su calleja adyacente  fueron el escenario en el que se desarrollaron los hechos más dramáticos del antiguo cantar de gesta castellano de los Siete Infantes de Lara. Según la tradición, la Casa de la Cabezas sirvió de prisión a Gonzalo Gustioz, padre de los desdichados Infantes, quienes, para algunos, fueron muertos en los campos de Soria, existiendo otros que argumentaban cómo los fallecimientos se produjeron muy cerca de Córdoba, junto al castillo del Vacar, lugar en el que se localizaba un paraje llamado Campo de Arabiana, que es aquel al que hace referencia el antiguo cantar.
Sea como fuere, la gesta narra cómo las cabezas fueron traídas a Córdoba a presencia de Almanzor, primer ministro del califa Hixan II, y según la tradición popular, después de ser mostradas al padre, fueron expuestas colgando de los arquillos que, en número de siete, hoy posee la nombrada Calleja de los Arquillos o de los Siete Infantes de Lara.

EL ORIGEN DE LA TRADICIÓN

¿Pero desde cuando hay constancia de esta  tradición? Esa misma pregunta retóricamente se la hacia el eminente historiador don Ramón Menéndez Pidal en el año 1951, cuando vino a Córdoba a ilustrarnos en su magistral  conferencia celebrada con motivo del “descubrimiento” de la calleja y colocación de la placa conmemorativa que dice así:

Dos insignes historiadores cordobeses, Aben Hayan, Ambrosio de Morales y un cantar de gesta castellano nos dicen que en el año 974, en esta casa estuvo preso el señor de Salas, Gonzalo Gustios, y que las cabezas de sus hijos, los Siete Infantes de Lara, muertos en los campos de Soria, fueron expuestas sobre estos arcos. Verdad y leyenda venerable de fama multisecular en toda España.




Sobre el particular nos gustaría  distinguir dos asuntos distintos pero conexos. Por un lado, estaría el origen de la tradición  que vincula a los Siete Infantes de Lara con la calle de las Cabezas, y por otro, el momento en el que aquel saber popular queda materializado en un punto concreto del trazado de las calle, es decir, en la Casa de las Cabezas y calleja de los Arquillos.
Al parecer, los ecos de la Leyenda retumban en el entorno desde el mismo momento en el que la Ciudad es reconquistada por Fernando III el Santo, en 1236. Así parece atestiguarlo el nombre propio de la vía pues, como calle de las Cabezas ya figura en ciertos documentos algo posteriores a aquel año en el que los cristianos entran en Córdoba. No sabemos si fue traducción del nombre árabe que ya tenía la calle o, por el contrario, fue de esta guisa bautizada por los nuevos moradores, a los que les llegó de sus antiguos habitantes aquella historia que se desarrolló durante el califato de Hixan II y su primer ministro Almanzor.
Así estimamos que el nombre propio en sí es clarificador, pues es preciso recordar cómo los cristianos, al reconquistar plazas a los musulmanes, no mostraban  ninguna preocupación, ni tenían interés en conocer el nombre antiguo de las calles. Incluso tampoco se preocuparon de rebautizarlas con otros nombres, simplemente simplificaron. En efecto, las escrituras y demás documentos de la época nombran a todas las calles de Córdoba como  la Calle del Rey, hecho que es consecuencia de lo previsto en diversos fueros y ordenanzas, los cuales promulgaban que todas las calles, plazas y rinconadas son del Rey.
De tal costumbre, que perdurará muchos años, solo se salvan tras la Reconquista muy escasas vías, entre ellas, la calle de las Cabezas, que figura ya con esta denominación en una escritura sacada a la luz por el académico Miguel Muñoz Vázquez, fechada en 1242, por la que  Don  Lope García y Doña Lambra, su mujer, dejaban al Cabildo y Deán “unas casas en la calle del Rey que llaman de las Cabezas en la barrera angosta”.

Esta excepcionalidad, es decir, el tener nombre propio, parece apoyar la hipótesis de que, en efecto, el vocablo Cabezas  haría referencia y sería un recuerdo de los dramáticos acontecimientos acaecidos durante el último cuarto del siglo X. No creemos pues, que este sustantivo simplemente hiciera referencia a algún apellido, aunque a posteriori, como ya puso de manifiesto el mismo académico, Cabezas, o de las Cabezas, terminó convirtiéndose, primero, en un apodo, y después, en un apellido con cierta extensión en Córdoba. De este modo, fueron muchos los que ya desde la segunda mitad del siglo XIII, y dado su condición de residentes en aquella vía del barrio de Santa María, pasaron a añadir a su gentilicio el sobrenombre de las Cabezas. A título de ejemplo, el que  fuera arcediano de Bélmez, Diego Ibáñez, terminará figurando en la documentación con el apelativo de  don Ibáñez de las Cabezas.

CASA DE LAS CABEZAS: RESIDENCIA Y “SYNAGOGA” ENCUBIERTA DE UN LINAJE DE CONVERSOS QUEMADOS POR LA INQUISICION: LOS ALONSO-CÓRDOBA-MEMBREQUE.

Respecto a la concreción geográfica y acotamiento de la Leyenda en la Casa de las Cabezas y su anexa Calleja de los Arquillos, también cabría plantear la hipótesis de que este edificio ya existiese al tiempo de la Reconquista y, por lo tanto, la leyenda tuviese desde entonces plasmación en un lugar concreto en la calle, rumoreándose entre la gente de la ciudad que aquel edificio fue en su día un alcázar de Almanzor y que en él estuvo preso el padre de los Siete Infantes de Lara, como parecen dar a entender las palabras del cronista Ambrosio de Morales que, en su libro Historia, escrito hacia 1580, nos dice:

En Córdoba hay hasta agora una casa que llaman de las Cabezas, cerca de la del marqués del Carpio, y dicen tomó este nombre por dos arquillos que allí se ven todavía, sobre que se pusieron las cabezas de los infantes (libro XVI, capítulo 46).

Continúa diciendo:

Agora todo aquello está labrado de nuevo, mas siendo yo pequeño, edificio había allí antiguo morisco, harto rico, y decían haber sido allí la prisión y cárcel donde Gonzalo Gustioz estuvo.

 Siguiendo en esta misma línea, puede que el sobrenombre de las Cabezas  fuese debido, en algunos  casos concretos, no ya a la condición de residente en la vía, sino en la misma Casa, como parece que pudo ocurrir con el jurado Juan de Córdoba de las Cabezas, protagonista de la historia que ahora os contaremos y que terminó quemado por la Inquisición.

Otra línea de trabajo es la de considerar que la concreción de la Leyenda en este edificio no sería anterior a la segunda mitad del siglo XVI, y que todo fuese debido a la maniobra de cierto cargo concejil, actuación que quedó reflejada en un acta capitular fechada el 6 de Octubre de 1553:

Su señoría dio licencia a Rodrigo Alonso, jurado, para que pueda hacer una portada y poner siete cabezas, y que diga que son las de los siete infantes de Lara, y que es la calle de ellos; que para lo hacer se le dio licencia en forma, para que la pueda hacer sin pena alguna.

¿Qué pretendía realmente aquel jurado de la ciudad?, ¿Era simplemente un enamorado de la Historia y de las Antigüedades de Córdoba? ¿Obtuvo algunas pruebas que presentó al Cabildo de las que se extraía ciertamente la conclusión de que aquella casa fue la prisión de Gonzalo Gustioz? ¿Acaso era una maniobra de distracción, un deseo de desterrar definitivamente los sambenitos que pesaban sobre su linaje de conversos, así como los continuos rumores sobre la  existencia de una sinagoga en la casa su ascendiente, el jurado Juan de Córdoba?
Ciertamente quizás nunca sepamos dar respuesta a todos estos interrogantes, aunque los que sí parece obvio es la pertenencia del jurado Rodrigo Alonso a un linaje de conversos que prácticamente fue aniquilado por la Inquisición y por el más temible de sus inquisidores, Diego Rodríguez Lucero  a principios del siglo XV, salvándose milagrosamente solo un puñado de ellos, que utilizaron apellidos como el de Alonso- Córdoba- Menbreque.
Aquel siniestro personaje, al que apodaron el Tenebrero, toma posesión del cargo de inquisidor en 1500, centrando todos sus esfuerzos en desenmascarar y descubrir a falsos conversos. Por desgracia, únicamente podemos conocer parcialmente aquellos terribles sucesos, ya desaparecieron la mayor parte de los archivos de la Inquisición durante el saqueo al que las tropas napoleónicas sometieron  los Reales Alcázares, sede del Santo Oficio desde su implantación en Córdoba a finales del siglo XV.

El voraz apetito de conversos de Lucero, únicamente saciado con el fuego de la hoguera en el Quemadero de Córdoba, en el Marrubial, se concentró en la calle de las Cabezas y su entorno, principalmente, Portillo de los Mercaderes y calle de los Caldereros, esta última, en otros tiempos llamada de los Jurados. Este entramado viario había pasado a ser la residencia de un nutrido grupo de cristianos nuevos, conversos que desterrados del barrio de la Judería de sus mayores, se avecindaron en otros puntos de la Ciudad. Los marranos, como también eran conocidos, aunque en ciertos casos abrazaron firmemente la fe católica, en otras muchas ocasiones las conversiones eran fingidas, únicamente realizadas a fin de evitar, primero, la represión de finales del siglo XIV, que terminó con el trágico Asalto a la Judería de 1391, y después, los continuos acosos, quema de casas y demás violencia generada en el último cuarto del siglo XV, que terminaron con los decretos de expulsión de los judíos, firmados por los Reyes Católicos en 1492.

En el grupo de conversos cordobeses destacaron los jefes de determinados clanes familiares, muchos de ellos, ricos mercaderes dedicados al lucrativo comercio de los paños y las sedas a finales del siglo XV y principios del XVI. Por el asentamiento en gran número de éstos, el hasta entonces conocido como Portillo de la calle de la Feria o de los Descalzos,  pasó a denominarse  de los Mercaderes, y en este entorno, así como en  otras calles no muy lejanas, entre otros, tuvieron su residencia familias de clara ascendencia judía como los González de Guiral, los Suárez de Figueroa, los Melgarejo, Ahumada, los Gómez de Aragón o los Ruiz Aragonés.
Detentadores de un gran poder económico, como último paso en su ascenso social, el grupo converso pretendió acceder al concejo de Córdoba, encontrando una brecha idónea en el cargo de jurado, autoridad concejil que tenía encomendada muy diversas funciones, entre ellas, la vigilancia de las puertas de la Ciudad, el nombramiento de caballeros de cuantía, vigilancia de obras, confección de padrones etc.
El quinquenio de terror al que el funesto inquisidor sometió  Córdoba tuvo su primera focalización en el entorno descrito, en aquel conjunto de vías a las que Lucero identificó con una Nueva Judería. Debería conocer bien el tejemaneje de unos y otros, habida cuenta de lo cercano de su residencia, pues el llamado Monstruo de Córdoba, vivía en la cercana calle Encarnación, llamada de los Abades por aquel tiempo, porque en esta vía existían gran número de Casas de Estatuto, es decir, residencias pertenecientes al cabildo eclesiástico destinadas a ser alquiladas a los miembros del clero.
Lucero pues,  se encontraba a escasos metros de aquella supuesta Nueva Judería, desatando en ella toda su ira, para lo cual se valió todo tipo de engaños y artimañas con el fin de conseguir pruebas y, por lo tanto, carne para su Quemadero.
Los dramáticos sucesos que atizan Córdoba en aquel momento de transición desde la Edad Media a la Moderna se podrían resumir de la siguiente forma:
 El Santo Oficio, por la delación de numerosos testigos, descubre la existencia de dos sinagogas ocultas: una en la calle de las Cabezas, en la casa del jurado Juan de Córdoba de las Cabezas, y la otra, en el Portillo de la Cal la Feria, en el interior de la casa del Martín Alonso Menbreque, que era hermano del anterior. Supuestamente, a una y otra sinagoga acuden gran número de personas que son adoctrinadas con sermones judaicos por el que consideran Rabí, de nombre Alonso de Córdoba Menbreque, alias Bachiller Menbreque, hijo de Martín, y sobrino del jurado. Los testigos declaran que estos templos o casas sinagogas  se encontraban en ciertas salas principales o palacios de las referidas casas,
Aparte de lo expuesto, al Jurado y a su sobrino también se les acusa de intentar atentar contra los Reyes Católicos, para lo cual habrían planeado entrar disfrazados de monjes en el monasterio en el que paraban los monarcas, e intentar envenenarlos con un castillete de azúcar. De aquel Jurado, que terminó en la hoguera, y sin perjuicio de que su linaje sea merecedor de ser estudiado de un modo más amplio, queda constancia documental de que su cargo lo ejerció en la collación de Santo Domingo, tal y como figura en el llamado Libro de Privilegios de 1499, o en ciertos documentos relativos al encargo de supervisión de las obras de empedrado de la llamada Puerta del Hierro  en 1498.
Por desgracia, como ya apuntamos, las causas contra los cabecillas del “complot marrano” no se conservan, aunque sí se salvaron de la destrucción los procesos de dos miembros del linaje que analizamos, en concreto, el del mercader Juan de Córdoba Menbreque, (1502-1504) y la del  especiero Martín Alonso Menbreque (1506-1511), causas publicadas íntegras por Rafael García Boix en su obra,  Documentos inéditos para el estudio de la Inquisición en Córdoba.
En breves líneas, exponemos un resumen del proceso del primero, al que no debe confundirse con el Jurado del mismo nombre. Con ello conseguiremos hacernos una idea de la “causa general” alentada en aquella Córdoba de principios del siglo XVI, partiendo siempre de los mismos hechos y acusaciones que han quedado expuestos, y teniendo como foco este edificio nombrado Casa de las Cabezas.


-Comienza el proceso el 28 de Julio de  1502 con la declaración de Mina, esclava del jurado Juan de Córdoba de las Memebreças, o de las Cabezas, presa en la cárcel del Santo Oficio, quien confesó lo siguiente:

Que de dos años y medio a esta parte sabe que vio al bachiller Alonso de Córdoba Menbreque, que entraba y entró muchas veces en casa del jurado  Juan de Córdoba de las Membreças, su amo, dos veces a la semana, a predicar a Juan de Córdoba Menbreque, mercader, vecino de esta ciudad de Córdoba, y a otras muchas personas en su confesión contenidas. Y que los días que predicaba eran los Lunes y Jueves de cada semana, y que esos días todas las personas que oían sus predicaciones ayunaban ayunos de Judíos, no comiendo en todo el día hasta la noche salida la estrella.

Y vio como el Bachiller se ponía una camisa blanca y un pañuelo blanco sobre la cabeza que tenía cuatro cintas blancas…

 Y que después de los sermones, se desnudaban y guardaban las camisas en un arca en casa del dicho Jurado.

 

Y por esta información los inquisidores mandaron poner preso al dicho Juan de Córdoba Menbreque.

 

14 de Junio de 1504.

Ante el inquisidor Diego Rodríguez Lucero, y otros,  fue traído desde la cárcel quien preguntado dijo ser Juan de Córdoba Menbreque, hijo de Martín Alonso Menbreque. El promotor fiscal, Juan de Arriola, lo acusa de hereje, apostata, descomulgado, factor y encubridor de herejes, presentando el caso de cómo dicho Juan de Córdoba Menbreque oía y oyó en ciertas “sinagogas e ayuntamientos e congregaciones de hereges que en ciertas casas de esta dicha cibdad se fazían predicaciones y sermones judaicos en una persona Raby”. Por lo que solicita que sea “relajado” y confiscados sus bienes.LA ULTIMA JUDERÍA DE CORDOBA

 

- Juan de Córdoba niega la acusación, pone sospecha sobre el inquisidor Lucero y solicita como letrados defensores al doctor Manos Alvas y al bachiller Alonso de Córdoba Menbreque, su hermano. Este último, sin embargo, se le niega porque también está preso por el mismo delito, y en su lugar le dan al licenciado Ysla.

Probanza presentada por el promotor fiscal 15 de julio de 1504; testigo Alonso de Valladolid, también preso, que dijo:

“Que vio al dicho Juan de Córdoba Menbreque en las synagogas de casa del jurado Johan de Cordova de las Cabeças et de Martin Alonso Membreque, oyendo los sermones judaicos que predicaba el Bachiller Alonso de Córdoba Membreque”.

Previamente, el 10 de Julio, declaró que hacía cuatro años, poco más o menos, este testigo junto con otra persona fue a casa del jurado Juan de Córdoba de las Cabezas, y como entró encontró dentro de un “palacio” (sala) de esta casa, como se entra a mano derecha, al bachiller Alonso de Córdoba Menbreque, el cual  predicaba sermones judaicos subido en un banco o arca alta con un libro en las manos, y que las personas que vio estar presentes en la sinagoga del jurado Juan de Córdoba, era Juan de Córdoba Membreque.

Otro testigo, Gonzalo de Montilla, el 3 de Julio de 1504, también preso, confesaba en su declaración que le había venido a la memoria cómo había otra sinagoga en casa de Martín Alonso Menbreque, en el Portillo de Cal la Feria, y que allí entró este testigo en un “palacio” de la dicha casa a mano derecha, y allí oyó predicar al Bachiller Menbreque.

Por el promotor fiscal se llegan a presentar decenas de testigos que testifican en los mismos términos. A continuación, declara el propio Juan de Córdoba señalando como fue prendido su hermano Gonzalo de Córdoba Menbreque en julio de 1496, y él fue buscado por el Santo Oficio pero no hallado por estar en diversas partes hasta que, finalmente, en diciembre de 1499 estando en Estela, Navarra, le llega carta de su hermano el bachiller Alonso de Córdoba Menbreque dándole noticias de su búsqueda.



El inquisidor ya había mandado a la hoguera en 1502 a 82 personas, pero batió su record en el furibundo Auto de Fe celebrado el 22 de diciembre de 1504, arrojando a la pira, en esta ocasión, a otras 107, entre ellas, al citado Juan de Córdoba y a otros muchos parientes del mismo.

Aunque probablemente varios condenados por la Inquisición fueran realmente judaizantes, el terror al que Lucero sometió a Córdoba hizo que todo el pueblo, incluido clero y nobleza, aclamase la destitución del Tenebroso o Tenebrero, que finalmente tuvo que escapar de la Ciudad para evitar ser linchado por las hordas que asaltaron los Alcázares con el fin de darle captura.
En 1508,  aquellos sucesos de Córdoba fueron analizados en Burgos en la llamada Congregación Apostólica, que concluyó que ciertas acusaciones formuladas por Lucero eran falsas, pero que las reuniones y sermones de judaizantes pudieron ser ciertas, por lo que lo hecho bien estaba.
Lucero consiguió salirse de rositas y fue castigado a penas muy leves.


Pero, ¿que había de verdad en las acusaciones formuladas por los fiscales del Santo Oficio acerca de la existencia de sinagogas ocultas en ciertas casas de la Ciudad? En nuestra opinión, en algunos casos pudieron ser verdaderas, entendiendo por sinagoga como lo que es, es decir, un lugar de reunión y oración. A nadie pasa desapercibido el hecho de que muchas conversiones fueron fingidas y, por lo tanto, los conversos siguieron practicando su religión y culto pese a la brutal amenaza que se cernía sobre ellos, pues incluso antes de la creación del Santo Oficio, los conversos fueron objeto de una brutal represión que terminó con muchas muertes y con la quema de casas, a raíz del famoso suceso de la Cruz de Rastro, hechos acontecidos en 1473 y que precisamente en el entorno que estamos describiendo, y que comenzaron con un malentendido, puesto que una niña conversa sin querer derramó agua sobre la Virgen que se portaba en una procesión.

Por lo demás, si atendemos a lo acontecido en otras ciudades, como Sevilla o Toledo, resulta casi imposible creer que Córdoba constase solamente con una sinagoga oficial, es decir, la autorizada por los monarcas, pues las leyes impedían a los judíos construir nuevos templos o reformarlos sin el correspondiente visto bueno. En este punto, recordemos que documentalmente casi no existen vestigios de la sinagoga de la calle de los Judíos, recientemente restaurada y fechada en 1315. Si, por el contrario, una bula del Papa Inocencio IV fechada en 1250 hacía referencia  un gran templo que los judíos estaban construyendo. De esta manera, pocos años después de la Reconquista, el cabildo eclesiástico protestaba por la "excesiva altura" que se le estaba dando a la sinagoga. En esta bula se ordenaba al obispo de la diócesis decidir lo más oportuno acerca de ese templo en construcción, que redundaba "en grave escándalo de los fieles cristianos y en detrimento de la Iglesia cordobesa". Quizás, aquel documento se estaba refiriendo a la  Sinagoga Mayor de Córdoba, que pudo localizarse en la plazuela de las Bulas, hoy nombrada Tiberiades.

Junto a las sinagogas oficiales, la geografía española está plagada de minyanim, es decir, sinagogas privadas que a modo de capilla  existieron  en el interior de los hogares de personajes importantes del momento. De este tipo también existen casos documentados en otras ciudades de cómo, tras la conversión de su titular a la religión cristiana, la antigua sinagoga quedó convertida en una iglesia.
Sea como fuere, lo que resulta obvio es que tras los decretos de expulsión ya no hay sinagogas en Córdoba, al menos de manera legal, por lo que aquellos conversos que quisieron seguir con su fe, orando y rezando en comunidad, tuvieron que arriesgarse y prestar sus casas o ciertas habitaciones de las mismas para tal fin.
¿Fue simple calumnia lo vertido por la Inquisición sobre el clan de las Cabezas? ¿Sirvió realmente de lugar de reunión la Casa de las Cabezas a los que, en los más profundo de su ser, no habían renegado de su religión?



Fuesen o no ciertas las acusaciones de la Inquisición, las casas del Jurado, así como las de su hermano, fueron inicialmente mandadas demoler por ser sinagogas ocultas, aunque tras la Católica Congregación de Burgos, y ante lo evidente de los abusos cometidos por Lucero, el Rey, queriendo reconciliarse con el pueblo cordobés y para borrar toda huella, mandó fueran  reedificadas.  Ciertamente no sabemos el grado de destrucción al que los edificios en cuestión fueron sometidos, ni tampoco que ocurrió a posteriori exactamente. Las escuetas noticias las proporciona una acta capitular seis años más tardía a la Congregación de Burgos, por lo tanto, de 1514, documento publicado por Miguel Muñoz Vázquez, en la que se dan las instrucciones que se han de suplicar a su Alteza por parte de esta ciudad, entre ellas, que se hiciese saber al rey por mediación de Gonzalo Cabrera:

[…] que al tiempo que Lucero estuvo en esta ciudad mandó derrocar dos casas la una del Menbreque e la otra de Juan de Córdoba que se decía el Jurado raví, diciendo que eran sinagogas. Y que por lo acordado en la Católica Congregación que se hizo en Burgos dispuso dicho rey que se diese por ninguno esto de las sinagogas. Por lo cual, para que se perdiese la tal memoria, su Alteza mande se edifiquen y diga si se le han de dar a persona particular.

Sigue diciendo el académico que lo anterior parece tener cierta relación con las notas que nos dejó Maraver sobre los bienes confiscados por la Inquisición en esta ciudad, entre los cuales, se mencionan unas casas que fueron de Juan de Córdoba y que pertenecieron a la contaduría.

A propósito de esta cuestión,  tras la restauración llevada a cabo en los últimos años, queremos poner el acento en dos elementos de la Casa que han llamado nuestra atención:
El primero de ellos, sería la aparición en los sótanos de un impluvium  o alberca de época romana que, al parecer, fue reutilizada en siglos posteriores teóricamente como aljibe. Eso es lo que pensábamos, lo que los arqueólogos pusieron en su informe. Sin embargo, otra posible interpretación resulta de relacionarlo con la historia que ocultaba la Casa, tras lo cual a nadie experto en la materia se le escapa lo mucho que dicho pilón recuerda a un miqvé. Con esta denominación se conoce a un espacio subterráneo existente en las sinagogas, dotado de una de una bañera o pilón en el que se realizaba el baño ritual judío. Además de estar bajo tierra, el miqvé debía cumplir otros requisitos, entre ellos, disponer de cierto número de escalones, la capacidad de agua precisa- que consistía en  unos 40 saha, y que ésta proviniese directamente de una fuente o manantial. Como es obvio, este tipo de bañeras desaparecieron en la mayoría de los casos tras los Decretos de Expulsión. No obstante, aparte del aparecido en los años 60 del siglo XX en Besalú, en la provincia de Gerona, no hace mucho tiempo que se ha identificado uno de ellos en la llamada Sinagoga del Agua de Úbeda, y también, otro supuesto miqvé ha aparecido, sin ir más lejos, en los aledaños de la Sinagoga de Córdoba, sita en la calle Judíos.
En nuestro caso, tal pilón apareció durante el curso de las excavaciones que llevó a cabo por todo el solar de la casa su anterior dueño, hoy fallecido. Esta persona estaba obsesionada con un supuesto tesoro que siglos atrás habían enterrado en la casa, para cuya búsqueda excavó hasta el punto de echarse media casa abajo. Pero en una de aquellas ocasiones descubrió los sótanos, ocultos quizás durante 500 siglos, y con ellos, el ¿miqvé? ¿Había encontrado finalmente su tesoro, aunque no de oro y plata? ¿Descubrió sin darse cuenta los restos de la sinagoga que 5 siglos antes la Inquisición había pretendido ocultar?


En segundo lugar, llama nuestra atención ciertos símbolos aparecidos en el alfarje o techo de madera del Palacio principal, por lo tanto, obra que aunque parece del siglo XV, sin embargo difiere de otros conservados en la Ciudad. En efecto, al igual que otros, el de la Casa de las Cabezas dispone de decoración pictórica en la que no faltan las representaciones vegetales y geométricas. Tampoco brillan por su ausencia los escudetes de armas, situados en los laterales de las vigas maestras o jácenas, armas que traen tres bandas de sable (negras) sobre campo de gules (rojo).Pero a diferencia de otros analizados, en el de las Cabezas, los escudetes aparecen alternados con la figura de un buey o toro, mientras que, en otros casos, el animal que se representa es un león.
¿Estamos en presencia de una de mera decoración o, por el contrario, hay en ellos una fuerte carga simbólica? Lo que sí que podemos afirmar es que, hasta ahora, de los conservados es el único ejemplar de techumbre en el que dichos animales aparecen, pues las representaciones zoomórficas son inexistentes en el Mudéjar cordobés.
 Pero aquí no se acaba todo, pues tampoco nos ha dejado indiferentes la circunstancia de que en la viga con mas vista o mas principal, por su posición en relación a la entrada a la sala, los escudos se encuentran boca abajo, esto es, en posición invertida, hecho que claramente no es un error, y es revelador de una intencionalidad cuya interpretación se nos escapa y sobre la que hay que seguir investigando.

¿Pero qué pasó después de aquella orden del Rey? ¿Fueron rehabilitados en su honor los descendientes del jurado Juan de Córdoba de las Cabezas y los de su hermano, Martín Alonso Menbreque? ¿Fueron adquiridos los restos de aquellas casas el descendiente de aquellos y también jurado  Rodrigo Alonso?  ¿Era su cargo concejil  heredado de sus antepasados, como era habitual?
En efecto, podría plantearse que nuestro jurado Rodrigo Alonso perteneció al clan de los Córdoba –Menbreque, siendo descendiente de algún superviviente de aquella familia que logró sortear la hoguera de Lucero. No sería de extrañar que con aquella maniobra de solicitar al cabildo permiso para poner unas cabezas en la portada de su casa y que se dijera que eran las de los Siete Infantes de Lara, lo que realmente pretendió es terminar con la pesada carga, no ya solo de su origen judío, sino de ser consideradas las Casas Principales de su linaje, nada más y nada menos, que una sinagoga.

Como dato cierto, el Padrón de Armas de la collación de Santa María de 1588, figura un tal Rodrigo Alonso de Córdoba, en posesión de un arcabuz,  como vecino de la Calle de las Cabezas, junto a los Ruiz Aragonés y quizás, otro pariente del primero llamado Lorenzo de Córdoba, que era caballero de cuantía. También es de resaltar cómo en ese mismo padrón, una de las callejas que desembocan  a la actual calle Blanco Belmonte, aparece nombrada como la calleja del Jurado Alonso. Otro dato que nos parece sumamente interesantes es el de que un tal Rodrigo Alonso, de profesión  alguacil, figura como encausado por el Santo Oficio en 1563 por blasfemia, siendo condenado a penas menores.

De cualquier manera, estamos en posesión de afirmar cómo aquel jurado, fuese o no el que perpetuase la leyenda de los Siete Infantes de Lara en la Casa y en los arcos de su calleja, si que al menos la revitalizó, aunque quizás nunca llevó a cabo su proyecto pues, en otro caso, Ambrosio de Morales habría reparado en las cabezas de la portada de la casa.



El anterior artículo está sacado de la obra Casas Señoriales de Córdoba, escrita por Manuel Ramos Gil



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